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En Pinocho de Guillermo del Toro, el cineasta mexicano se apropia de la célebre historia y es al mismo tiempo fiel y traicionero, construyendo la que probablemente sea su mejor película en muchos años.
Érase una vez un periodista y escritor italiano llamado Carlo Collodi -en su partida de nacimiento figuraba Carlo Lorenzo Filippo Giovanni Lorenzini– que, un día de 1881, comenzó a publicar en la revista Giornale dei bambini una historia excéntrica y fantasiosa que se convertiría en una creación imperecedera: Le avventure di Pinocchio: storia di un burattino.
Le avventure di Pinocchio: storia di un burattino comienza así: «Érase una vez… ‘Un rey’, exclamarán al instante mis pequeños lectores. No, niños. Se equivocan. Érase una vez un trozo de madera». Unas líneas más adelante, para sorpresa del lector del siglo XXI, sentado en el Pinocho animado por la factoría Disney en 1940, el escritor describe el primer contacto del maestro carpintero Antonio, al que todos llamaban Maestro Cereza por su nariz roja y brillante, con el mundo de lo fantástico.
«En cuanto el Maestro Cereza posó su mirada en el tronco, su rostro se iluminó de placer y, frotándose las manos con satisfacción, se dijo en voz baja: «Esta madera ha llegado en el momento justo y es perfecta para hacer con ella el pie de una mesita.»
Dicho esto, cogió un hacha afilada con la que quitó la corteza y las irregularidades de la superficie. Sin embargo, justo cuando iba a dar el primer golpe, su brazo quedó colgando en el aire al oír una vocecita que le suplicaba: «No me pegues tan fuerte».
¡Sorpresa! En el texto original no es Geppetto quien busca y encuentra la materia prima para la fabricación de la marioneta, sino que la recibe como regalo de un colega, su mentor en el oficio de carpintero.
Y, lo que es más importante, no es el muñeco quien recibe la bendición de la vida tras ser visitado por un hada madrina: el propio tronco posee la extraña virtud de la conciencia y la capacidad de hablar, imposibles de encontrar en la vida real en ninguna tabla, viga o palo.

La moraleja es inmediata: hay tantos Pinocchios como adaptaciones más o menos fieles, más o menos libres, de la novela seminal, publicada en volumen en 1883.
El Pinocho de Guillermo del Toro
Originalmente planeada para estrenarse entre 2013 y 2014, las complicaciones se fueron sumando, a tal grado que en 2017, Del Toro anunció que ningún estudio quería hacerse cargo de la ficha de 35 millones de dólares que necesitaba para realizarse, hasta que Netflix revivió el proyecto en 2018, con planes de estrenarse en 2021, pero en diciembre se anunció que finalmente se estrenaría a finales de 2022, 14 años después de la primera mención del proyecto.
Para esta versión de Pinocho, el director mexicano decidió llevar su proyecto en una dirección muy diferente a la que Disney hizo hace varias décadas sobre el cuento clásico de Carlo Collodi.
Desde que se publicó el primer tráiler de Pinocho de Guillermo del Toro, se ha revelado que la película es una historia sobre la pérdida, el amor, la añoranza y el vínculo indestructible entre padres e hijos, que, como cualquier ser humano, son imperfectos. Esta vez no se trata de un cuento de hadas, sino de la lucha de un padre por un hijo.
En una reciente entrevista para Vanity Fair, el director mexicano explicó que, a diferencia de lo que nos dice Disney, que es necesario convertirse en un niño de verdad para ser humano, él quiere que el público reciba otro mensaje de su película.
«Para mí, es esencial contrarrestar la idea de que hay que convertirse en un niño de carne y hueso para ser un verdadero humano. Todo lo que hay que hacer para ser humano es comportarse realmente como un humano, ¿sabes? Nunca he creído que haya que transformarse para ganar el amor».
Del Toro
La impronta cultural ejercida por la película de animación de Disney, sin embargo, es tan fuerte y rotunda que cada nueva versión aparecida a lo largo de las décadas suele medirse con aquel falso original.
En ese sentido, y más allá del mediocre remake de la seminal película estrenado este año por la plataforma Disney+, la más reciente encarnación del muñeco que habla (y canta, y baila, y sufre, y aprende algo sobre la vida humana) no es ni una relectura fidedigna del original de Collodi ni una vuelta de tuerca a la franquicia de Mickey Mouse.
No en vano, el título completo -más allá de estar codirigido con Mark Gustafson, director de animación de esa maravilla llamada El fantástico señor Zorro, de Wes Anderson– es Pinocho de Guillermo del Toro.

El cineasta mexicano se apropia del célebre cuento y es, al mismo tiempo, fiel y traicionero, construyendo la que probablemente sea su mejor película en muchos años.
Pérdida, Amor y añoranza (SPOILER ALERT)
En esta última versión de Pinocho, Geppetto (al que puso voz David Bradley en la versión original) tiene un hijo pequeño. Carlo es inquieto, vivaracho, bueno y bastante obediente. El escenario es un pequeño pueblo de Italia, pero el siglo no es el esperado, sino otro. Un tiempo muy definido: los años de la Primera Guerra Mundial.
Este prólogo establece un tema que recorre toda la historia hasta los tramos finales: el trauma de la muerte y su aceptación como parte de la vida. No es un tema menor para una película que, a pesar de sus oscuridades, se propone como un plan para compartir en familia, el mayor reto para un público quizá demasiado acostumbrado a la infantilización mal entendida.
El hijo de Gepetto muere durante un atentado y el lugar donde sucede deja una marca indeleble en el resto de la fábula. Las circunstancias particulares del trágico suceso son aún más chocantes, incluso provocadoras: el viejo carpintero está terminando los últimos retoques de un enorme Cristo crucificado en la única iglesia construida en el lugar cuando empieza a oír el ruido de motores en el cielo.
El dolor de la pérdida acompaña al anciano durante los siguientes años, y las peregrinaciones a la tumba y la bebida excesiva son actividades cotidianas, hasta que la magia hace su aparición en forma de Pinocho (Gregory Mann).
El telón de fondo no es otro que el ascenso del fascismo bajo la paternal protección de Mussolini, personaje que aparece no sólo en carteles y cuñas radiofónicas, como omnipresente figura del poder, sino literalmente en una escena tardía interpretada con el humor más concreto y efectivo.
Por supuesto, «Pinocho» no es en absoluto una película de terror, ciencia ficción o cine negro, como las anteriores de del Toro. Al protagonista le sigue creciendo la nariz cuando miente y vive aventuras, sólo que el director las sitúa en la Italia de los años cuarenta, durante el ascenso de Benito Mussolini. Como ya hiciera ingeniosamente con «El laberinto del fauno» y la Guerra Civil española, del Toro explora la fantasía, el mito y la infancia en una época de fascismo opresivo; las motas de luz que escapan a la oscuridad.
Los detalles históricos introducidos en el guión de Guillermo del Toro, escrito con la ayuda de Patrick McHale, lejos de ser superficiales, son absolutamente pertinentes para la historia en su conjunto, aunque sería inapropiado revelar más detalles aquí.
Una banda sonora de altura, no miento
Como musical, Pinocho de Guillermo del Toro, cuenta con una serie de canciones originales interpretadas por el reparto de la película.
Además de una serie de canciones originales creadas para la película, Pinocho cuenta con una partitura encantadora y juguetona, obra del compositor francés Alexandre Desplat.
Alexandre Desplat es un compositor de renombre mundial que ha trabajado en una amplia gama de películas y ha recibido numerosos premios y reconocimientos por su talento y habilidad.
Su estilo único y su capacidad para fusionar diferentes géneros y elementos de la música étnica le hacen destacar en la industria cinematográfica y esta banda sonora no es una excepción, entregando una obra maravillosa, melancólica pero extremadamente esperanzadora, sin duda uno de sus trabajos más bellos.
“Todas las cosas buenas requieren paciencia”
Quince años ha tardado del Toro en generar una obra tan pulcra, el trabajo técnico, el stop motion, la atención al detalle, la música y el diseño de personajes son de una factura impresionante, como siempre nos tiene acostumbrados el director mexicano. Sin embargo, donde verdaderamente brilla esta versión de Pinocho es en su narrativa.
Pinocho habla de la paternidad, mientras que la mayoría de los Pinochos giran en torno a la idea de la obediencia, en esta versión su desobediencia es la principal virtud. En un momento en que todos los demás se comportan como marionetas, él decide no hacerlo. Como en la vida misma, Pinocho tropieza una y otra vez, hasta que, como siempre, hay que tomar decisiones.
Pinocho nunca deja de ser un conjunto de piezas de madera unidas por clavos, pero la gran enseñanza vital, es el descubrimiento de que lo que puede hacerle feliz es la conciencia de su propia muerte.
Creo que esas diferencias de perspectiva hacen de la historia algo nuevo, fresco. No es una película hecha «para niños». Es una película que puede ver toda la familia. Una historia sobre la amistad y un mundo en guerra, sobre las cosas bellas y terribles que ocurren.
Los pañuelos que deben estar preparados para el cierre de este magnífico Pinocho no tienen nada que ver con golpes bajos, recursos melodramáticos del montón o sorpresas que nadie imagina.
Por el contrario, las lágrimas, casi imposibles de contener, tienen que ver con algo tan básico y sencillo como la existencia, así como con aquellos que nos acompañan en la vida: padres, hijos, abuelos, amigos.
Pinocho se convierte en un placer inesperado y en una hermosa experiencia. La estupenda «Un mundo extraño» de Disney, actualmente en los cines, también se enfrenta a la complejidad de las relaciones entre padre e hijo, pero «Pinocho» lo hace con un sentimiento más profundo y con verdadera garra.
En más de un sentido, la película de del Toro es ya un clásico, un verdadero logro y un golpe a lo establecido, como Pinocho, este director se atrevió a desobedecer las directrices y triunfó con creces, una obra maravillosa que nadie debería perderse, que puedes ver en Netflix y disfrutarla en familia, al fin y al cabo, lo que tiene que pasar, pasa. Y un día… ya no estamos.